Cincuenta años de la descubierta

Ya ha pasado mucho tiempo desde que la arqueología oficial reconoció la excepcionalidad del descubrimiento. Era el 31 de marzo de 1974. El descubridor fue un campesino, o quizás algunos campesinos, que a raíz de arados llevados a cabo con medios mecánicos, y por lo tanto profundos, sacaron a la luz las vestigias de una gran necrópolis tardo nurágica del siglo XI a.C. y de un santuario de los sardos posiblemente dedicado a un Pater sacerdote y guerrero, entre finales del siglo IX y la primera mitad del siglo VIII a.C.

Desde entonces, excavaciones arqueológicas sistemáticas de la más grande escuela de arqueología protohistórica de la isla han descifrado la historia de este lugar y continúan haciéndolo hasta hoy.

Mont’e Prama es un pequeño relieve de apenas 48 metros sobre el nivel del mar que se destaca sobre la llanura fértil extendida hacia la albufera de Cabras, cuyo nombre deriva de las colonias de palmas enanas que caracterizan la vegetación del sitio. Aquí ha ocurrido algo único, aquí se ha verificado algo extraordinario que ha reescrito la historia de la arqueología mediterránea, aquí los sardos han querido dejar una marca indeleble.

Una necrópolis con cientos de sepulturas, un santuario, una vía sagrada y una secuencia de decenas y decenas de estatuas esculpidas sobre la roca blanda extraída y transportada por más de 18 km para ser luego erigidas justo aquí, en un contexto cultural que celebra el culto de un pasado glorioso y heroico como el de la Cerdeña nurágica. Junto a las estatuas de pugilistas, arqueros, guerreros y de sacerdotes militares, se han encontrado numerosas maquetas de nuraghes, reproducidas con gran detalle y complejidad, que reflejan un concepto ideológico y espiritual expresado a través de más de 8.000 torres individuales y bastiones almenados que marcan y definen el paisaje arqueológico de la isla.

Solo tres días antes del descubrimiento ocurrido en Mont’e Prama, el 29 de marzo de 1974, la azada de un campesino llamado Yang Zhifa, al otro lado del mundo, durante los trabajos de excavación para realizar un pozo en Xi’an, en China, devuelve a la humanidad “El Ejército de Terracota”, la armada del Emperador Qin Shi Huang que reinó entre el 260 y el 210 a.C. Una coincidencia afortunada que une dos de los descubrimientos arqueológicos más importantes del siglo XX.

Las esculturas de Mont’e Prama

Estamos ante las protagonistas de esta Exposición: las esculturas.

Nos han llegado en miles de fragmentos, pero aún faltan muchos, quizás destruidos, quizás dispersos. Rostros, brazos, torsos. Cuerpos fracturados, desmembrados, descompuestos: así nos aparecieron en el hallazgo.

Devolver a la vida las estatuas es un acto de amor: la restauración ha dado a los fragmentos la oportunidad de reunirse, volviendo a ser individuos. Y de recuperar su propia potencia simbólica.

Han logrado así retomar una postura erguida y recomponer su propia fisonomía, aunque parcialmente mutilada. De hecho, ninguna estatua parece totalmente reconstruible.

Han reaparecido diversas figuras humanas: arqueros, guerreros, boxeadores. Después de haberlas ayudado a levantarse, ahora debemos ayudarlas a comunicar.

No será tarea fácil. Nos falta, incluso solo para nombrarlas y describirlas, el universo lingüístico que resonaba a su alrededor.

Intentaremos de todos modos hablar en su lugar. Traduciéndolas, con el propósito de no traicionarlas.

El texto arqueológico como memoria

Mont’e Prama y las otras sepulturas nurágicas entre el final de la edad del bronce y la edad del hierro.

Las esculturas de Mont’e Prama fueron halladas en la capa de tierra que cubría un área funeraria de gran interés.

Se trata de una necrópolis constituida por tumbas de pozo individuales, algunas de ellas cubiertas por una losa. Los difuntos estaban colocados dentro del pozo acurrucados en posición vertical. Casi todas las tumbas estaban desprovistas de ajuar.

Las tumbas estaban dispuestas en sucesión lineal, dentro de un espacio delimitado por dos losas verticales.

La inhumación individual en pozo parece afirmarse entre el final de la edad del bronce y la edad del hierro.

Se trata de una variación ritual significativa respecto a la práctica funeraria de las sepulturas colectivas dentro de las “tumbas de los gigantes”, típica del mundo nurágico de la edad del bronce.

Y este mundo nurágico parecen mirar los ojos magnéticos de las estatuas: el mundo de la Cerdeña contemporánea a ellas, ya, en ese momento, arqueológico, ya marcado por elementos que pertenecen al pasado.

¿Qué representan las esculturas?

Debemos permanecer emocionalmente al lado de las esculturas. Su voz, así, nos llega clara. Diciéndonos quién y qué ellas pretenden representar.

Las figuras humanas muestran individuos adultos de sexo masculino. Están armados y vestidos con extremo cuidado y no caben dudas sobre su rango. Son personajes de linaje no común. Los hemos definido como arqueros, guerreros, boxeadores.

Pero el término guerreros puede ser empleado también en sentido más general; de hecho, en todas las sociedades del mundo antiguo los guerreros ocupan una posición de absoluto relieve en la escala jerárquica y son depositarios y detentores del poder político.

Los cuerpos están en actitud solemne, signo elocuente de que los individuos representados se predisponen al encuentro con lo sagrado. Es una actitud comparable con otras representaciones coetáneas que conocemos, entre las cuales destacan las estatuillas de bronce nurágicas.

Los bronces y las esculturas de Mont’e Prama

Los bronces representan la forma de arte más conocida entre las producidas por la civilización nurágica.

Se trata de pequeñas estatuas de bronce, altas generalmente unos 15 cm, llegando en casos muy raros hasta 35-40 cm. Eran obtenidas con la fundición a la “cera perdida”, es decir, con una matriz de arcilla que era creada y destruida cada vez, según un procedimiento extremadamente complejo que se hipotiza introducido por artesanos chipriotas o del Oriente Próximo.

Estas figurillas, creadas con función de ex voto, representan una amplia gama de personajes: jefes de tribu, arqueros, guerreros, boxeadores, luchadores, oferentes, figuras femeninas; además de varias especies de animales, numerosos objetos relacionados con la vida cotidiana, maquetas de nuraghe, navecillas de bronce y más. Se trata para nosotros de una valiosa fuente iconográfica, capaz de devolvernos una imagen muy eficaz y sugerente de quienes las realizaron y de su mundo.

Parece cierto el vínculo muy estrecho que existe entre los bronces y las esculturas de Mont’e Prama o, mejor dicho, entre los mundos representados por estos dos tipos de representaciones escultóricas.

Una comparación directa entre esculturas y bronces permite asegurar sin embargo que los personajes representados por las dos categorías de artefactos son los mismos, y también aparece idéntica la iconografía que los describe. Esto confirma que esculturas y bronces pertenecen a un único período.

Entre esculturas y bronces se perciben diferencias no secundarias desde el punto de vista estilístico. A pesar de esto, también las estatuas parecen expresarse a través del uso de un código que encuentra significativos llamados en el ámbito oriental. Esto presupone una pericia técnica ya desarrollada en el Oriente Próximo. Curiosamente, las que nos parecen auténticas fotografías de los nurágicos, podrían haber sido realizadas por artesanos extranjeros acogidos por los jefes locales por su habilidad.

Según una sugerente hipótesis, basada en comparaciones precisas, las manos de obra podrían haber sido ofrecidas incluso como regalo, para sellar relaciones entre figuras de rango pertenecientes a mundos geográficamente lejanos pero dialogantes.

Maquetas de nuraghe

De notable importancia aparecen las maquetas de nuraghe. Ellas nos muestran el monumento en su doble fórmula arquitectónica: simple y de varias torres. Se trata de representaciones de elevado valor simbólico.

Estas maquetas traducen en forma artística un fenómeno que se despliega en el paisaje insular entre el final de la edad del bronce y el comienzo de la edad del hierro. En esta época, los nuraghes pierden progresivamente su función original. Adquieren, por supuesto, nuevas funciones, pero su acepción primaria se convierte ya en legado del pasado.

Es evidente que esta metamorfosis cultural no pudo ser totalmente indolor para quienes la vivieron. La apuesta, de hecho, era muy alta: la identidad colectiva.

Para que un proceso similar pudiera tener lugar sin determinar traumas violentos, los símbolos de la identidad colectiva debían ser confiados a cuidados atentos y continuos. Y el nuraghe, entre todos, aparece como el símbolo de cohesión identitaria más poderoso.

La Edad del Hierro en Cerdeña: el tiempo del cambio

El momento histórico y cultural en el que las esculturas de Mont’e Prama encuentran su más adecuada ubicación es la edad del hierro (930-730 a.C.).

En Cerdeña y en todo el mundo mediterráneo, este fue un período marcado por profundos cambios, comenzados ya en los últimos siglos de la Edad del Bronce.

Cambia la estructura de algunos nuraghes, que sufren serios reajustes cuando no el desmantelamiento parcial de torres y bastiones. En todo caso, no se construyen nuevos.

Cambia la estructura de los pueblos, con el paso de cabañas circulares aisladas a casas complejas delimitadas por un único perímetro murario con varios ambientes y un patio central común.

Cambian las producciones cerámicas, que vuelven a ser ricamente decoradas en los estilos denominados “geométrico” y “orientalizante”. La producción de armas y herramientas en bronce incrementa, y es a esta fase que se atribuye la gran parte, si no la totalidad, de los bronces votivos nurágicos. Y junto al bronce, se hace camino la nueva metalurgia del hierro.

Sobre todo en la Edad del Hierro, esta metamorfosis de la civilización nurágica muestra los signos de un proceso ya en gran parte incompleto. Las mujeres y los hombres que componían el mundo nurágico se encontraban inmersos en la realidad mediterránea marcada por tráficos y contactos de diversa naturaleza e intensidad, y este hecho determinaba una continua y cada vez más marcada transformación.

Las esculturas de Mont’e Prama son expresión de este mundo. Mientras que los bronces se difunden por toda Cerdeña, las grandes esculturas en piedra parecen un fenómeno limitado a la región del Sinis.

Por lo tanto, pueden ser consideradas como el síntoma de una reacción de las comunidades locales tardío-nurágicas a condiciones específicas, como rivalidades internas o relaciones mudables con los núcleos de comerciantes orientales que comenzaban a asentarse en las costas.

Mont’e Prama 1974-2024

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

(Fernando Pessoa, Tabacaria, 15.1.1928)

¿De qué hablamos cuando hablamos de las esculturas de Mont’e Prama?

Esta exposición propone una respuesta, entre las muchas posibles, a esta pregunta, ofreciéndose como una oportunidad para experimentar el placer del descubrimiento del otro.

En el caso de las estatuas, hablamos del descubrimiento del otro mundo del cual provienen y al cual pertenecen; el descubrimiento de aquellos que crearon ese mundo y que de ese mundo fueron generados.

En la exposición no encontraréis lo que creemos saber sobre las esculturas, sino lo que científicamente ha sido posible aprender y comprender sobre ellas, dialogando con ellas y con el mundo al que pertenecen.

El encuentro podrá tener lugar, si nos predisponemos a él con autenticidad.

Las estatuas demostrarán, en este caso, no sólo ser capaces sino también deseosas de revelarse. Sabrán decir de sí lo que sepamos escuchar.

Dispongámonos pues a la escucha, creando un paisaje sonoro capaz de dejar resonar, alrededor de nosotros y en cada uno de nosotros, la voz tenue pero en absoluto evanescente de las estatuas.